Que te pille la primera jornada de esta rocambolesca Champions en un hotelito familiar (o casi) de Riccione, perdón, de Misano Adriático, uno de los balnearios europeos, familiar, de la tercera edad, con niños, bicis y turistas de bailoteo en las plazas, imitando a Domenico Modugno en un escenario que ya quisiera para sí Federico Fellini, es, y ustedes ya me entienden, para chuparse los dedos.
Mi hotel, el mismo de la semana pasada cuando vine al primer gran premio de los dos que se celebran este año en el circuito Marco Simoncelli, se llama Amedeo y es de lo más sencillo (y baratito) que existe en esta interminable playa donde las hamacas pueden contarse a miles y miles. Cierto, sus habitaciones son como camarotes de un barquito, pero más que suficiente. Limpio, aseado y en familia, gente encantadora.
En familia (maravillosa)
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Stefano, el dueño, que tiene un hijo que quiere ser Marc Márquez, telita, me dio los mandos de las tres televisiones que hay entre el comedor y el salón. Vasile, el caballero rumano que se cuida (de noche) de la recepción, es seguidor del Real Madrid. Vaya. Olga y Nina, dos chicas de Moldavia que trabajan en el albergue, aseguran que el Real Madrid siempre gana. “Gana tanto”, dice Stefano antes de irse y dejarme solo con mis mandos y pantallas, “que vuelve a ser favorito para ganar la Copa de Europa”.
Yo les digo a todos que nos vemos en el ‘hall’ a la hora del partido y me subo a mi habitación para conectar mi móvil a IB3 Radio y escuchar la retransmisión de mi amigo Toni Fuster, que empuja como nadie para que el Real Mallorca sume (1-0) ya ocho puntitos en busca de otra salvación angustiosa, aprovechándose de una Real Sociedad en pañales y de un Abdón Prats, siempre tocado por la magia, que marcó de penalti, que no es fácil vistiendo de rojillo.
Más contento que unas pascuas, me bajo al ‘hall’ donde mis amigos ya han conectado la televisión. Ni que decir tiene que, antes de empezar a rodar el balón, les digo que el Real Madrid gana por muchísimas otras cosas que el fútbol. Es más, les digo que ni juegan. El Real Madrid gana por la camiseta, el escudo, la suerte, sus estrellas, los árbitros, los penaltis…qué se yo, por todo menos por el fútbol, que aún no ha aparecido esta temporada.
Y les digo que, en el Real Madrid, incluso después de llegar Kylian Mbappé, la estrella, el salvador, el que gana los partidos es Thibaut Courtois, su portero. Debían de haberles visto las caras. Eran caras de “pero, bueno, ¿este tipo es español?”. Fue el momento de recordarles (ya se lo comenté en mi primera estancia allí hace diez días) que era catalán, de Barcelona (y Mallorca). Aaaaaaaah, exclamaron sin ruido.
Recital Courtois, sí
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Total que empezó el partido y Courtois le paró la primera a Millot (M. 1); a los 11, paró el zurdazo de Leweling; a los 13, voló hacia una de sus escuadras, mano cambiada, para pararle el chut a Millot; a los 15, falló Stiller solo ante el belga; a los 18, Courtois levantaba los brazos y gritaba a los suyos (desesperado); a los 28, a Courtois, le salvó el larguero (y ya estaba más que desesperado) y, a los 59, de nuevo le detuvo un gol a Leweling…
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Les juró que me hicieron la ola. Y se dieron cuenta, en efecto, que el Real Madrid será, de nuevo, campeón, pero por cosas ajenas al buen juego, al fútbol. Ni con Mbappé.
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